Como la mayoría de los niños
de mi época me asustaron, con el tío del saco, el sacamantecas o el tío mantequero.
La figura de este personaje estaba inspirada en
unos hechos acaecidos en los albores del siglo XX, cuando un rico, enfermo de
tuberculosis mandó secuestrar y matar a un niño, para beber la sangre del
infortunado y untarse con sus entrañas, haciendo caso a una malvada curandera.
Era la forma que tenían nuestros mayores para que anocheciendo nos recogiéramos
en casa.
Recuerdo que esporádicamente
aparecía por el pueblo, un hombre,
harapiento, barba larga y descuidada con un saco al hombro, subsistiendo de la caridad ajena. Enseguida lo asociamos
al tío del saco, por supuesto que en el tiempo que permanecía en la localidad, anocheciendo a casa, para regocijo de nuestras
madres y abuelas. Nos cabía la completa seguridad que su intención era raptar a
un niño, para vender su sangre y sus “mantecas” al mejor postor.